EL VERDADERO AMOR
Mucho se habla por todas partes del amor, pero mucha gente confunde el amor auténtico con el amor carnal, que sólo busca la satisfacción del cuerpo. El amor de verdad, es un amor que viene de Dios y es espiritual. El amor es la vida de Dios dentro del alma quiere el bien de la persona amada y procura hacerla feliz, por eso es capaz de sufrir por ella. De ahí que la medida del amor es la capacidad de sufrir por la persona que amamos, El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta (1 Cor 13,7). Cuánto eres capaz de sufrir por la persona que dices amar? Eres capaz de hacer cualquier sacrificio por hacerla feliz? O solamente piensas en ti mismo? Dios es la única fuente de todo autentico amor y, quien está alejado de él, estará hablando de amor sin amar de verdad y sin disfrutar la alegría del verdadero amor. “Dios es Amor’
La castidad es amor y sin Amor no hay castidad, La castidad es la virtud que promueve el uso ordenado de la sexualidad, no necesariamente en lo genital, sino en el amor personal; sea la castidad del soltero, la castidad matrimonial, o la castidad dentro de la vida consagrada.
La castidad no es algo de curas y de monjas, pues todos deben llevar una sexualidad como
hombres y mujeres, pues no nos llamó Dios a la impureza, sino a la santidad (I Tes 4, 7) con
rectitud de acuerdo a su estado; no olvidar que también es un Don de Dios, un regalo que
debemos pedir todos los días mediante la oración. “Nadie puede ser casto, si tu señor, no se lo
con concedes” (confesiones 6,11,20)
PROMESA DE CASTIDAD
Existe la antiquísima tradición dentro de la iglesia de realizar las llamadas promesas bautismales. Estas promesas consisten, básicamente, en el rechazo del demonio y sus obras, y en la posterior confesión de la fe en Dios Todopoderoso. Estas promesas se realizan antes de recibir el sacramento por el bautizado (en caso de tratarse de un adulto) o por los padres y padrinos (en caso de tratarse de un niño).
La práctica de exigir y hacer esta renuncia formal (que aún hoy se mantiene en el rito en cual nosotros hemos sido bautizados) parece remontarse al principio del culto cristiano en su forma organizada. Algunos padres de la Iglesia (Basilio, Tertuliano, entre otros) nos narran en sus escritos la realización de estas promesas: El bautizando se ponía de pie dando el frente hacia el lado Oeste del templo (debemos recordar que el Sol aparece por el Este y se oculta por el Oeste) que representa el dominio de la noche, de las tinieblas, de las sombras, y decía con voz fuerte “Renuncio a Satanás, a sus obras, a sus pompas, a su culto, a sus ángeles, a sus designios y a todas las cosas a él sujetas”. Estas palabras eran pronunciadas fuertemente, hacia el Oeste, con la mano extendida y a veces escupiendo como acto de rebeldía y aversión al mal. Luego el bautizando daba su frente al Este (que simboliza la morada de la luz, del bien, del sol de justicia) y hacía, también con voz fuerte, una promesa explicita de obediencia a Cristo: “ y me asocio a Cristo, y creo , y me hallo bautizado en un solo ser no engendrado” El bautismo solo era administrado a aquellos que habían hecho esta promesa de vivir de acuerdo a la fe de la naciente iglesia.
En la actualidad, la práctica de renovar estas promesas que nosotros también hemos hecho en nuestro bautismo, en su aspecto de renuncia al mal y de profesión de fe se encuentra más o menos extendida. Es en este marco de rechazo al demonio y de renovación de nuestra profesión de fe, expresada como una firme adhesión al Plan de Amor al que Dios nos invita, que realizaremos la Promesa de Castidad de jóvenes.
Esta promesa tiene como finalidad actualizar la promesa que hemos realizado (nosotros mismos, o nuestros padres o padrinos) en el momento de nuestro bautismo, mediante la cual rechazamos de manera radical al demonio y sus tentaciones y nos comprometemos a vivir de manera casta desde este momento en adelante.
Es un compromiso por ser señores de nosotros mismos, por educarnos en el amor y para el amor , de demostrar a los demás que es posible vivirla, no solamente durante el noviazgo o el matrimonio, sino tambien en la vida consagrada, renunciando al matrimonio por Dios, como hacen los consagrados, porque vale la pena dejarlo todo para amar de verdad, a Dios y a los demás, en un compromiso serio para vivir según el plan de Dios.
Una Promesa para el Combate.-
Para llegar a conseguir la Castidad hace falta Oración y sacrificio, pero vale la pena.
Recuerda siempre que la castidad promueve la plenitud del amor. Dios no ha querido que renuncies al verdadero amor sino a un amor desordenado e inmoral. Dios quiere que ames con todas tus fuerzas pero que controles el impulso sexual, si eres un hombre casto tus descendientes te lo agradecerán eternamente. Si has consagrado a Dios tu virginidad de por vida, tus hijos espirituales te agradecerán haber dado tu vida por ellos y tu amor crecerá más de lo que te imaginas. Dios no se deja ganar en generosidad y te hará padre o madre de infinidad de hijos espirituales, Vive tu castidad de acuerdo a tu estado y siente la alegría de ser puro en pensamientos, palabras y obras en cuerpo, alma y espíritu.
Luego de haber renovado nuestras promesas hemos de tener en cuenta que la vida es un combate, una constante milicia (cf. Job 7,1) y que las cosas que realmente valen la pena han de conseguirse con mucho esfuerzo, y prepararnos para vivir este verdadero amor en nuestra vocación concreta, vale todo el esfuerzo que podamos dedicarle. Como en toda batalla, en ésta debemos empezar por identificar claramente a nuestros enemigos y las armas que tenemos para combatirlos.
Los enemigos del alma.-
El Mundo: Se trata de todas las manifestaciones culturales que atentan contra la vivencia de la castidad en nuestra época: el ambiente sensualizado, el bombardeo de los medios de comunicación, la creciente presión social que ejercen los nuevos modelos de vida que proponen la obtención del placer como norma de realización personal, el acoso constante del que pueden volverse objeto quienes quieran vivir castamente, entre otras expresiones de la cultura de muerte en la que nos hallamos inmersos.
La Carne: Nuestros hábitos desordenados, nuestra sensualidad no educada, las experiencias vividas anteriormente, nuestra afición al pecado, entre otros se convierten en fuente de tentaciones que pueden minar nuestras fuerzas en el combate por la pureza. El Espíritu está presto pero la carne es débil”. Mateo 26, 41. Es necesario conocer nuestros puntos flacos con el fin de proyectar una estrategia inteligente. Es necesaria una decisión RADICAL FUERTE Y FIRME para convertirnos.
El Demonio: Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas (Ef 6,12). Un ángel caído. El padre de la mentira, del engaño que busca solo mi mal, disfrazando de bien lo que está mal con tal de que caiga en él. Su tentación buscará hacerme creer que lo efímero de la lujuria es capaz de saciar el profundo deseo de amar y ser amado en plenitud que llevo en el corazón. Llevándome a la infelicidad y a cometer una gran ofensa a Dios. Sin embargo, su poder sobre nosotros no supera la gracia del Señor para este combate. Las posibilidades de triunfo que tenemos sobre sus tentaciones son realmente altas.
Las armas.-
Piense en la historia del hombre sabio que relato Cristo: “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayo, y fue grande su ruina” (Mateo 76, 24-27)
El "milagro" de la pureza tiene como puntos de apoyo la oración y la mortificación. San José María Escrivá de Balaguer
La mortificación: La mortificación nos facilita el vivir más libres de los bienes terrenos, y al mismo tiempo nos hace valorar, con más agradecimiento, todos esos bienes que nos da Dios a manos llenas. Nos ayuda a guardar los sentidos, especialmente la vista, para concentrarnos más en la presencia de Dios en el alma. La mortificación corporal nos hace más dueños de nosotros mismos, ya que hay demonios que solo salen con el ayuno y la mortificación (Mt 9,29) y nos hace más prestos y hábiles para sacrificarnos por los demás, en detalles de servicio, lo cual es la mejor mortificación (misericodia quiero y no sacrificios, dice el Señor).
Vida de oración (gracia): La Gracia es la vida de Dios dentro el alma, es la fuerza con la que Dios nos acompaña en este combate, es lo que purifica el alma (Ef 1,14). Si bien la Gracia es un don gratuito de Dios, lo que hagamos o dejemos de hacer puede abrirnos o cegarnos a la misma. Para vivir en Ella, el Señor nos ha puesto medios cotidianos, la Gracia llega a nosotros, de manera ordinaria, a través de los sacramentos. Debemos acudir constante y humildemente al sacramento de la Reconciliación para reconocer nuestras fragilidades y pedir perdón al Señor por nuestras caídas en la lucha. En la Eucaristía el Señor se nos entrega en cuerpo, sangre, alma y divinidad para renovarnos en el combate. Así como el alimento fortalece el cuerpo, la Sagrada Eucaristía alimenta el alma y la prepara cada vez mejor para la hora del combate, ¡cuánto más todavía la Eucaristía recibida diariamente!. La oración constante y humilde también es otra fuente de gracia que debemos tener presente en nuestro combate. “Velad y orad para que no caigan en tentación (Mt 26, 41) dice el Señor, y no es simple coincidencia que lo aconsejado en el momento en el que Él mismo oraba al Padre en el momento más intenso de su vida terrena. Siempre recordar que “donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia” (Rom 5, 20)
Enamorarse de la virtud de la pureza y de la humildad
Apóstoles de la pureza y la Castidad.-
“Vosotros sois la luz del mundo. No se enciende una lámpara y se la pone debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean nuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” Mt 5, 14-16
Estamos llamados a ser luz del mundo, a iluminarlo con la fuerza que brota de nuestros corazones reconciliados. Esto es algo que ningún cristiano puede olvidar, sobretodo luego de la promesa que haremos. Tenemos que transformar este mundo en el que nos ha tocado vivir desde sus cimientos. Este horizonte exige que seamos testigos de que vivir la castidad es posible en nuestros días y de lo provechoso que es.
Para anunciar esta realidad es imprescindible nuestra COHERENCIA. El ser coherentes con la promesa realizada es la principal forma de dar testimonio frente al mundo de hoy. La experiencia de ir optando por vivir pura y castamente en lo cotidiano, de ser fieles desde lo pequeño y sencillo del día a día, se convierte en aquella luz que brilla por sí sola y que empieza a iluminar nuestro entorno demostrando que es posible el amor auténtico y que la castidad nos prepara para vivirlo.
Sin embargo no es suficiente nuestra sola coherencia. Es necesario presentar nuestros cuerpos en todo momento como un sacrificio vivo, santo, continuo, agradable a Dios (Rom 12, 1). Hemos de dar testimonio de palabra y obra sobre lo que vivimos. Frente al ambiente sensualizado y al ambiente desordenado de nuestro entorno más cercano, los cristianos debemos aprender a dar fe de lo que creemos. Ojo! No poner nuestra confianza en el Sentimiento, en el simplemente “que linda se ve la pureza”, sino en nuestra Voluntad. La Voluntad de decir “Hago esto o lo dejo de hacer porque quiero ser agradable a mi Dios”. El decidir nadar en contra de la corriente del mundo por mucho que cueste, el día en que sienta que los anhelos desaparecieron, el día que tenga la tentación más fuerte, el día en que me encuentre solo, el día en que esas ganas hayan desaparecido, aún mi voluntad estará firme para guardar celoso mi castidad.
No hay que conformarse con este siglo (Rom 12, 2), no es tiempo de escondernos, de sentir vergüenza, es tiempo de sacar la lámpara que se encuentra debajo del celemín y ponerla a brillar en lo alto del candelero para que empiece a iluminar este mundo.
En compañía de María.-
La Virgen María, madre de Dios y madre nuestra. Reina de la virtud de la pureza, nos acompaña maternalmente durante toda nuestra vida. Al mirarla descubrimos en el velo blanco que cubre su cabeza lo importante de guardar la pureza desde nuestros pensamientos. En su Corazón Inmaculado la dulce fragancia que brota de su corona de rosas blancas nos recuerda lo hermoso que se vuelve el corazón casto y puro, y nos recuerda también que los puros de corazón son los que verán a Dios (Mt 5,8). En sus manos acogedoras y en su manto siempre abierto se encuentra el firme testimonio de que quien vive castamente se prepara para vivir el amor que vivifica.
Finalmente, nuestra madre nos enseña cual debe ser nuestra actitud frente al demonio y la tentación que amenaza con turbar nuestra capacidad de amar: con sus pies, desnudos y frágiles, le aplasta con fuerza la cabeza a la serpiente.
Encomendémonos a Ella y pidámosle que interceda por nosotros para que podamos responder fielmente a la promesa que haremos. Que Santa María se convierta en nuestra guía y que con sus auxilios maternales conquistemos la grandeza del ideal para hacernos dueños de nosotros mismos para entregarnos en el Verdadero Amor.
Reflexionar el siguiente texto:
“No es el momento de los tímidos, de los perezosos, de los ausentes sino que es el tiempo de los generosos, de los fuertes, de los puros, de los esforzados, de los convencidos, de quienes creen, esperan y aman, de quienes están dispuestos a pagar con persona la extensión del Reino de Cristo, el advenimiento de tiempos mejores”. S.S. Pablo VI
Catequesis impartida por el Movimiento "Lazos de Amor Mariano"